Freud, Análisis terminable e interminable.
La mujer no sería psicológicamente un hombre castrado, sino que ya habría nacido como hembra.
Ernest Jones, resumiendo los aportes de Melanie Klein.
Tomar como axiomática a la envidia del pene en la mujer es antibiológico, ya que eso presupone que la mitad de la raza humana estaría disconforme con su sexo.
Karen Horney, Sobre la génesis del complejo de castración femenino.
Si las mujeres creen que su situación dentro de la sociedad es una situación óptima, si las mujeres creen que la función revolucionaria dentro de la sociedad se ha cumplido estarían cometiendo un grave error. A nosotros nos parece que las mujeres tienen que esforzarse mucho para alcanzar el lugar que realmente deben ocupar dentro de la sociedad.
Fidel Castro, Discurso, 1966.
La mujer es el producto más deformado de la sociedad de clases.
Isabel Larguía, “Contra el trabajo invisible”.
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Estas citas, tan polémicas y contrapuestas, resumen, por un lado, la historia tumultuosa del concepto psicoanalítico de Freud de la supremacía del hombre y de la envidia del pene de la mujer, y sintetizan, por el otro, el criterio cubano con respecto a ella. Los cubanos son, desde Lenin, los primeros que replantean específica y científicamente este problema, tratado con anterioridad por Marx y especialmente por Engels. Reunidas, nos colocan en otra vuelta de espiral frente a la vieja problemática de la igualdad y diferencia de los sexos, como también frente al viejo dilema de prioridades, causas, efectos e interrelaciones entre los factores biológicos y socioeconómicos que forman la psicología del ser humano y determinan sus capacidades.
Intentaré una confrontación, para ver dónde estas líneas de pensamiento que, obviamente, se contradicen también concuerdan o se complementan, aunque esto ocurra en diferentes niveles.
Empecemos desde el lado psicoanalítico con una breve reseña de los criterios de Freud, de Horney y de Melanie Klein. Freud estudió, primero y principalmente, el desarrollo de la sexualidad infantil en el varón. Para él, el sexo "estándar" era el masculino. Después atribuyó a la mujer el mismo desarrollo hasta el momento en que la niña se da cuenta por primera vez de la diferencia anatómica entre los sexos, reconocimiento que, según él, generalmente ocurre a los tres o cuatro años de edad.
Dice que la niña reacciona siempre frente a este descubrimiento, con un sentimiento inmediato de envidia, deseando tener ella misma un genital masculino, sintiéndose inferior y despreciando a su propio sexo. La interpretación que ella encuentra a su falta de pene es la de haber sido castrada. Este proceso psicológico sería independiente del ambiente social de la niña. Pasada la primera desilusión, la niña llega solo paulatinamente y a través de muchos conflictos, a reconciliarse con su propio sexo, pero generalmente subsiste durante toda su vida cierto resentimiento por su femineidad. Además, su falta de pene, que considera casi un defecto orgánico, tiene como consecuencia indirecta una inferioridad en el plano psicológico, cultural y moral.
Freud explica esta inferioridad por el diferente destino del complejo edípico en ambos sexos. Mientras que en el varón el temor a la castración lleva a una renuncia total al amor incestuoso hacia la madre y, de esta manera, a la disolución (Untergang en alemán) del complejo, la niña, que no teme un ataque físico, por sentirse ya castrada, primeramente espera recibir el pene del padre, para transformar luego este anhelo en el deseo de tener un hijo con él. La ecuación pene-niño queda vigente en el inconciente de ella porque no ha sido destruido, sino únicamente reprimido su amor sexual hacia el padre. Por eso su superyó y conciencia moral se constituyen de una manera menos tajante que en el varón. Suponemos que esta sería la aportación psicoanalítica para entender el espíritu menos revolucionario y más reformista de la mujer, como también su capacidad para la espera y la ensoñación, representada con maestría en la Odisea por Penélope.
En el camino de su maduración la niña sufre un proceso arduo y penoso que a menudo no llega a un final feliz, ya que debe trocar su actividad primitiva en pasividad, abandonar a su primer objeto de amor -la madre- por el padre, y desplazar su zona de placer sexual de su pene diminuto, es decir de su clítoris, a la vagina. Si no logra eso, no habrá alcanzado su femineidad, en la cual el hijo simboliza un sustituto del pene.
El concepto según el cual la envidia del pene es el eje de la psicología femenina fue aceptada por todos los primeros colaboradores de Freud y sigue, para la gran mayoría de los psicoanalistas, aún hoy en vigencia. Sin embargo, no es casual que hayan sido principalmente psicoanalistas mujeres, en primer lugar Karen Horney luego Melanie Klein, quienes hayan cuestionado este enfoque y descubierto el carácter eminentemente defensivo de la envidia del pene.
Según Karen Horney la niña envidia al varón porque él posee un órgano genital visible, que puede mostrar y tocar, lo que implica también que él sí puede cerciorarse, cuando quiere, de que está intacto y no ha sufrido la castración, es decir, un daño genital. K. Horney critica como antibiológica la posición psicoanalítica de tomar como axiomática la envidia fálica y ver en el hijo principalmente un sustituto del pene anhelado. Es biológicamente absurdo suponer que la mitad de la raza humana esté disconforme con su sexo. Si concordamos con Fidel Castro en que "las mujeres tienen que esforzarse mucho para llegar a alcanzar el lugar que realmente deben ocupar dentro de la sociedad", admitimos que efectivamente la mitad del género humano debería estar insatisfecha con su sexo. Pero creemos que en la actualidad esto ya no es un hecho biológicamente determinado, sino que se debe a otras causas, aunque en una época lejana la distribución de papeles entre los sexos, tan desfavorable a la mujer, se haya basado en la mayor fuerza varonil y la posesión del pene.
Los conceptos de Freud sobre la psicología de la mujer fueron duramente criticados por marxistas y feministas como desligados del proceso histórico y tendientes a considerar la familia patriarcal y capitalista como inamovible, es decir, en último término, como reaccionarios. Basándose en este criterio rechazaron, a menudo, todo el psicoanálisis. Sin embargo, por desconocimiento, nunca entraron a la discusión las investigaciones de Melanie Klein.
Menos en Buenos Aires, tal vez. Dentro y fuera de la Asociación Psicoanalítica Argentina fueron consideradas, durante mucho tiempo, como básicas. Pero con cierto tinte de moda, lo que hace que actualmente sean suplantadas, a menudo, por "la vuelta a Freud" o por Lacan, quien no se preocupó mayormente por el problema femenino 1. Personalmente creí que la vuelta a Freud es necesaria. A mí también, y especialmente a nivel técnico, me ha dado mucho. Admito también que hubo exageración en el seguimiento de los kleinianos. Pero no deberíamos prescindir de ciertos conceptos de Melanie Klein que son fundamentales e indudablemente operativos, especialmente en lo que concierne a la sexualidad femenina. Me refiero a la reparación, la fantasía inconciente y la castración femenina. Freud, maestro en descubrir lo latente, se quedó frente a la genitalidad femenina y la envidia del pene en lo manifiesto, y dejó de lado lo imaginario.
Para Melanie Klein la envidia del pene y la frecuencia de una actitud viril en la mujer, sería defensiva. La niña pequeña, simultáneamente con su amor por la madre, también la odió por las frustraciones tempranas, sentidas durante la lactancia, y por sus celos del padre y su envidia por todo lo que imagina que la madre tiene adentro. Porque ésta, en las fantasías inconcientes de la niña, no tiene solamente los pechos llenos de leche deseada, sino también la panza llena de niños que el pene de papá le da. Ataca y destroza en estas mismas fantasías a los contenidos de la barriga de mamá (no solamente en fantasías, ¿vieron cómo los niños pequeños patalean la panza de mamá, y especialmente cuando ésta está embarazada?) pero teme por eso mismo la venganza de su madre y que ésta la haya destruido internamente. Claro, lo mismo podría temer el varón, ya que él también odia y patalea. Pero él puede cerciorarse (Karen Horney) de que está intacto. Su genital no es invisible. Ve, toca y usa a su pene y lo admira en su funcionamiento. La niña le envidia esta misma ventaja y defensivamente, por temor de haber sufrido ya la castración retaliativa en su interior, lo que equivale a nunca poder llegar a ser mujer (temor a la castración femenina), se imagina, deseando siempre de nuevo, que ella también tiene pene, hasta convencerse, reiteradamente también y con dolor, de que nunca lo tuvo o que ya lo ha perdido.
Así se enfrentan, en el terreno psicoanalítico, tres tesis radicalmente diferentes : la mujer se siente por causas biológicas, es decir por su falta de pene, inferior y como un varón castrado (Freud) ; la mujer acepta su sexo, aunque frente a las ansiedades tempranas, debidas a su configuración anatómica, pasa por una etapa durante la cual, defensivamente y por su temor de no ser intacta internamente, anhela poseer un pene (Melanie Klein) ; y la mujer, en su primera infancia, envidia al varón porque dispone de un órgano sexual visible y tocable, el pene (Karen Horney).
Del lado marxista, Castro afirma, lisa y llanamente, que aun en Cuba, donde tienen pleno acceso a cualquier profesión y actividad, las mujeres deberían estar disconformes con su situación y Larguía nos habla de la mujer como "del producto más deformado de la sociedad de clases".
Su primer trabajo sobre el tema publicado junto con Dumoulín en 1972, por la Casa de las Américas (Cuba), ya es clásico y fundamental para nuestra discusión. Por oso citaré literalmente algunas partes y resumiré otras despreocupándome por el espacio que utilice. Aprendí mucho a través de la lectura de este artículo 2.
Empecemos : "La familia, en su forma conocida por nosotros, surge con la disolución de la comunidad primitiva ... La `casa' surge como primera forma de empresa privada, propiedad del jefe de la familia, para la producción, el intercambio y la competencia con las demás casas y para la acumulación del plusproducto 3 (... ) No había sido siempre así. En la comunidad primitiva, el trabajo y las demás actividades sociales se realizaban en común, y tanto la propiedad como las relaciones de parentesco reforzaban estos lazos colectivos.
"Fue solo con el surgimiento de la familia patriarcal que la vida social quedó dividida en dos esferas: la esfera pública y la esfera doméstica.
"Estas dos esferas tuvieron una evolución desigual: mientras en la primera se producían grandes transformaciones históricas, la segunda, que evolucionaba más lentamente, operaba como freno de la primera 4.
"Con el desarrollo del intercambio mercantil y de la división de la sociedad en clases, todos los cambios económicos, políticos y culturales tuvieron su centro en la esfera pública, mientras que en el hogar solo se consolidó la familia individual como actualmente la conocemos.
"La mujer fue relegada a la esfera doméstica por la división del trabajo entre los sexos, al tiempo que se desarrollaba a través de milenios una poderosísima ideología que aún determina la imagen de la mujer y su papel en la vida social."
Hasta aquí se trata de un resumen inteligente de conceptos elaborados por Marx y Engels en común (Ideología alemana) y posteriormente por Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado). Pero lo que sigue es, que yo sepa, el aporte original, sumamente esclarecedor, de Larguía y Dumoulín. Antes de citarlo, una breve aclaración: mientras que Freud nos habla de lo biológico como la "roca viva", base de las tan diferentes características de ambos sexos, obviamente los autores marxistas también consideran lo biológico como básico, pero lo toman estrictamente dentro de sus límites funcionales. Engels adjudica a las diferentes funciones de hombre y mujer, en el proceso procreativo, la primera división de trabajo, y Larguía Dumoulín destacan que, de las tareas que clásicamente se adjudican a la mujer, solo la reproducción y la lactancia son determinadas biológicamente, mientras que la educación y el cuidado de los hijos, como la labor en la casa, de por sí no son trabajos fijados al sexo. Pero tienen una característica muy especial: son "trabajo invisible". ¿Qué quiere decir? Cito: "A partir de la disolución de las estructuras comunitarias y de su reemplazo por la familia patriarcal, el trabajo de la mujer se individualizó progresivamente y fue limitado a la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado. Segregada del mundo del plusproducto, la mujer se constituyó en el cimiento económico invisible de la sociedad de clases. Por el contrario, el trabajo del hombre se cristalizó, a través de diferentes modos de producción, en objetos económicamente visibles, destinados a crear riqueza al entrar en el proceso de intercambio. En el capitalismo, ya sea como propietario de los medios de producción o como operador de los mismos, por medio de la venta de su fuerza de trabajo, el hombre se define esencialmente como productor de mercancías. Su posición social se categoriza gracias a esta actividad y su pertenencia a una u otra clase se determina según la situación que ocupe dentro del mundo creado por la producción de bienes para el intercambio.
"La mujer, expulsada del universo económico creador de plusproducto, cumplió, no obstante, una función económica fundamental. La división del trabajo le asignó la tarea de reponer la mayor parte de la fuerza de trabajo que mueve la economía, transformando materias primas en valores de uso para el consumo directo. Provee de este modo a la alimentación, al vestido, al mantenimiento de la vivienda, así como a la educación de los hijos."
O dicho de otra manera : si el obrero tuviera que pagar, fuera de su hogar, por su comida, la limpieza de su ropa y la crianza de sus hijos, necesitaría, para su subsistencia, un sueldo mucho mayor, y la plusvalía, o sea el beneficio, la ganancia de su patrón, sería mucho menor. De esta manera, nuestro mundo capitalista basa su subsistencia y rentabilidad en el trabajo invisible da la mujer, ama de casa, independientemente de que ella trabaje, además, fuera del hogar. En este caso, el trabajo invisible se transforma en su segunda jornada de trabajo, que se agrega a su otra labor. La familia patriarcal es sagrada y considerada como biológicamente predeterminada e inamovible por el sostén que la mujer en su hogar da al sistema. Es por eso también que la derecha suele unir en un solo lema "patria, familia y propiedad".
La primera división de trabajo se implantaba, pues, sobre las diferencias anatómicas de los sexos. Las funciones procreativas de la mujer se ligaban al hogar y determinaban su mayor debilidad física y su dependencia de la protección del hombre para la crianza de los niños. Esta necesidad facilitaba, a su vez, la perpetuación de su sumisión económica. Todo esto es archisabido. Pero se suelen dejar de lado en este análisis dos hechos fundamentales. 1) Solo en nuestro siglo el sexo se independiza de la procreación y la mujer asume en general el control de su fertilidad. Por otra parte, 2) la diferencia de fuerza física relativa y parcialmente producto de una educación diferente, se vuelve solamente absoluta en las marcas máximas de rendimiento de las olimpíadas, pero ya no cuenta en la vida diaria altamente mecanizada.
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Tanto para los marxistas como para los psicoanalistas la evolución psicosocial tan distinta de la mujer y del hombre arranca desde las diferencias sexuales. Pero obviamente analizan las consecuencias de esta situación de manera diferente. Precisamente por eso me parece interesante que puedan descubrirse analogías e interrelaciones. Veámoslo con respecto a las consecuencias de lo "invisible", característica que se refiere tanto al trabajo de la mujer, como a sus genitales.
Concretamente: ¿cómo influye psicológicamente el trabajo invisible en la mentalidad de la mujer que lo realiza? Supongo que todos tenemos claro a que se refiere Larguía, cuando lo define así: El ama de casa, por ejemplo, cocina durante horas. Produce algo, importante y necesario: la comida. Pero, ¿cuál es el destino de este "producto"? Su consumo inmediato transcurre generalmente sin pena ni gloria o con pena, a través de comentarios típicos: "No me gusta eso" (los niños). "¿Por qué, si ya sabes que quiero el bife bien cocido o bien crudo, nunca aprenderás a hacerlo así? ¿Es pedir tanto por parte de un hombre que viene cansado del trabajo?" (el marido). 0 con gloria : "Realmente excelente. ¡Dame la receta!" Con estos comentarios nos movemos ya en la clase media y quien habló en último término es la visita. Después se levanta la mesa, se lavan los platos y cuando todo esté finalmente limpio y ordenado como había estado antes, el trabajo realizado durante horas efectivamente, se ha vuelto invisible. Lo mismo podríamos decir de la limpieza, de la manutención de la ropa, etcétera. Pero lo que aquí nos interesa es cómo influye esta situación conciente o inconcientemente en la "disconformidad de la mujer con su sexo" y en su carácter y destino.
De hecho, el trabajo invisible aísla y deprime. Carece de estímulos, de prestigio y de remuneración económica directa. Ataca la autoestima. Por todos estos factores "promueve y mantiene una mentalidad burguesa" 5. Y a veces llega a enfermar. Además, efectivamente, ínfantíliza. Todo eso se sabe. Pero, a menudo, sin saberlo realmente, no es fácil medir el grado de aislamiento y regresión que provoca.
Freud nos asegura 6 que la mujer, preocupada por su familia y poco capacitada para la sublimación, cela con hostilidad al varón que, se brinda a la sociedad y al progreso cultural.
Muchos sociólogos y políticos han señalado que la mujer de clase obrera vota generalmente por la derecha, es decir, por el antícambío y en contra de su propio porvenir.
Las últimas elecciones chilenas demostraron de nuevo que gran parte de las mujeres de clase obrera votan contra los partidos marxistas, y de este modo contra sus propios intereses. Para Wilhelm Reich 7 la inclinación de la mujer de votar por la familia, la propiedad privada y la patria, proviene de haber ínternalízado como único papel femenino posible el que le impone la sociedad capitalista, es decir, el de la madre desexualízada. Este voto es consecuencia de la represión sexual que ella sufre, y sirve, simultáneamente, para perpetuarla. Hoy en día diríamos que la mujer está colonizada desde adentro.
Es cierto que en la semana siguiente a las elecciones chilenas muchas mujeres argentinas vílleras y de clase obrera votaron contra la dictadura militar y por el peronismo. Pero no todas ellas lo hicieron por la "patria socialista". Sin embargo, todas votaron a Perón, porque habían quedado fíeles a Evita a pesar de todas las promesas y toda la represión de 18 largos años. Evita había logrado movilizar a las masas femeninas de bajo nivel económico y ganarlas para el cambio. Al romper el esquema psicosocial vigente para la mujer argentina en general, y para una primera dama muy especialmente, había creado un liderazgo femenino, único en la historia. Desde ya que su figura merecería un estudio aparte y a fondo. Quisiera destacar aquí solo algunos elementos aislados: el poder de Evita no radicaba únicamente en la ayuda concreta que daba a las masas femeninas, ni en haberles brindado la oportunidad de tener voz y voto y una dignidad que antes nunca habían conocido, sino que les hablaba en su idioma y despertaba y respondía a sus sentimientos. Cuando habla Evita, generalmente no es un discurso lógico, ni se dirige a una conciencia de clase abstracta, sino a la mujer tal cual es, con todas sus fuerzas frenadas y con todas las limitaciones que le impone el papel al cual la sociedad de clases la limitó.
Además, en sus discursos se alternan dos figuras muy diferentes: la compañera Evita a menudo es el "gorrión humilde" que vale solamente por su amor al General, para convertirse de golpe en otra lúcida y reivindicadora de su sexo: "Ha llegado la hora de la mujer redimida del tutelaje social y ha muerto la hora de la mujer relegada a la tangencia más ínfima con el verdadero mundo dinámico y moderno." (Eva Perón: 1949, Mensaje a las mujeres.)
Sin embargo, no fueron todas estas reflexiones, sino una observación concreta en el hospital la que hizo que Sylvia Bermann, otros compañeros del servicio y yo empezáramos una investigación al respecto, a través de una encuesta 8. Nos llamó la atención el gran número de amas de casa de clase media baja o clase obrera que concurrían al servicio de psicopatología con cuadros depresivos. Cito: "En la gran mayoría de las pacientes que interrogamos, el cuadro por el que habían consultado puede definirse como una depresión reactiva en una personalidad inmadura. El resto sufre de estados depresivos poco definidos. En su sintomatología se observa la presencia de angustia vaga, deseos de llorar, labilidad, falta de madurez afectiva y frigidez. Alrededor de la mitad sufre de algias hipocondríacas." Estas mujeres no siempre habían sido así. Generalmente se acordaban con nostalgia de la época en la cual salían de su casa para trabajar. Dejaron el trabajo para atender a los niños que, ahora, ya habían crecido. Generalmente los esposos eran buenos y la situación económica no demasiado abrumadora. Pero la vida sexual les interesaba poco. Sus diversiones -salidas se limitaban al núcleo familiar, como, regresivamente, todas sus alegrías y penas. En la mayoría de los casos la depresión que durante largo tiempo fue mero aburrimiento, se desencadenó abiertamente por la pérdida de uno de los padres o un disgusto con la madre o con uno de los hijos. Vivían apegadas a mamá. Estaban llenas de tabúes y miedos al "qué dirán". El mundo entraba en su casa casi exclusivamente a través de los vecinos. Cocinaban, fregaban, atendían al marido, a los padres, a los hijos y necesitaban enfermarse, para recibir algo de mimos y estímulos. La catástrofe mayor podía darse en un conflicto de lealtad típico. ¿Si mamá y el esposo se llevan mal, a quién hay que hacer caso?
Incluimos en nuestra encuesta, en contraste con investigaciones hechas por otros autores que ya demuestran lo neurotizante de la vida del ama de casa, dos factores que nos parecían fundamentales: la vida sexual marital que se había vuelto muy pobre y la carencia de toda ideología activa. Y llegamos a plantearnos si en la psicoterapia a seguir deberíamos aconsejar alguna actividad comunal o ideológica. No nos animamos a sugerir que vuelvan al trabajo, por dos causas obvias: 1) la desocupación actualmente imperante en nuestro país y 2) lo agotador de la segunda jornada de trabajo que tiene que cumplir la mujer de clase obrera, cuando vuelve de la fábrica.
Una pequeña observación al margen: en nuestros países subdesarrollados la mujer de clase media puede trabajar profesionalmente y evitar así tanto la segunda jornada como el tedio del confinamiento al trabajo invisible, ya que dispone de servicio doméstico barato. O, como antes la mujer de la burguesía podía mantener su "pureza" física y virginidad, virtudes dudosas, pero entonces muy apreciadas, a costa de las prostitutas, ahora la mujer de clase media mantiene su hogar y su mente a costa de la chica del interior y sin formación que se le ofrece como sirvienta.
A esta altura de nuestras reflexiones lo característico de la mujer podría condensarse en la palabra "invisible". Tanto para marxistas, como para psicoanalistas su anatomía define su destino. Para los marxistas, ello ocurre casi en los albores de la humanidad ; al llegar el hombre al poder crear instrumentos de trabajo que le permitieron producir más de lo necesario para su subsistencia, limita a la mujer al hogar y a las tareas ligadas a la crianza de los hijos y al mantenimiento de la fuerza de trabajo. Esta situación la condena al trabajo "invisible" y persiste hasta ahora, determinando toda su caracterología específica. Para la gran mayoría de los psicoanalistas su genital "invisible" y su desconocimiento consecutivo de su capacidad procreativa y de goce la inferioriza y la conflictúa, para confinarla posteriormente en el hogar. La familia su función en ella son la meta de su evolución "normal'.
Esta familia, cimiento de la sociedad de clases, produce una superestructura ideológica que dificulta reconocerla como elemento histórico pasajero y que hasta casi impide pensar con claridad sobre la mujer.
Supongo que es por eso que recién con Larguía y Dumoulín, se haya descubierto el valor económico y el freno revolucionario que implica el trabajo invisible de la mujer. Hay más analogías entre lo biológico y lo social. Como cada comida, preparada con esmero, desaparece en pocos minutos, cada menstruación responde a un trabajo biológico invisible que fue inútil, ya que no dio fruto. Hasta el mismo orgasmo femenino -objeto de discusiones acaloradas entre psicoanalistas y feministas- recién gracias a la tecnología moderna y al ingenio de Masters y Johnson, pudo perder su carácter de misterio e invisibilidad y fue estudiado y verificado objetivamente.
El único producto visible y duradero que logra la mujer dentro de su vida hogareña, es el hijo. Y a su amor y atadura por este hijo se agrega, posesivamente, su necesidad de mostrarlo a los demás y de educarlo de manera que testimonie su propio valor, frente al terror creciente de perderlo, cuando él sea adulto y se independice, robado por otra mujer.
Todos somos cómplices de la limitación de la mujer al trabajo invisible. Hasta Juan XXIII cuando dice que "Dios y la naturaleza dieron a la mujer diversas labores que perfeccionan y complementan la obra encargada a los hombres" y, desde ya, hasta los psicoanalistas. Según Kate Millet: "La psicología ha reemplazado a la religión como fuerza conformista del comportamiento social, de modo que se puede catalogar a cualquier actividad que vaya contra el statu quo, considerado norma, como conducta desarreglada, lamentable o peligrosa." 9
Traeré un ejemplo al respecto: analizo, actualmente, en el hospital, a un grupo de mujeres. Tengo a dos jóvenes psicólogas como observadoras participantes. Profesionalmente están bien formadas. 0 deformadas, como decía mi amiga Diana, del Centro de Docencia e Investigación, cuando hablamos de la dificultad de enseñar y, por eso, de aprender un psicoanálisis distinto. Mis observadoras dicen exactamente lo que yo hubiera dicho tiempo atrás. Veamos: una mujer joven de clase obrera y precaria situación económica, que espera su primer hijo, cuenta cómo intenta estudiar, para evitar en el futuro la vida mezquina que lleva su madre. "Usted quiere superar a su mamá", le dice una de las psicólogas. Esta es una interpretación "correcta" y aparentemente nada más.
Ya que la joven quiere estudiar medicina, todavía podría haberse agregado algo al respecto de su rivalidad transferencial. Pero latentemente -y somos especialistas de lo latente- es una intervención ideológica y culpógena, porque implica que eso -querer superar a mamá- está mal. Pero, ¿por qué está mal, querer superar a la madre de una? ¿Y por qué da culpa? Porque así nos lo enseñaron. Este es nuestro superyó que sirve para que uno no "supere" a los padres y para que la familia y el mundo queden tal cual es 10. La chica que quiere estudiar y que además ¡oh escándalo! no está feliz con su embarazo, sigue hablando: "Usted rivaliza con su marido", acota la otra psicóloga. Este trabaja y estudia. Lo mismo hace ella, pero cuando tenga el niño le será casi imposible seguir su carrera. Sin duda la observadora tiene razón. ¿Pero, en sí, está mal rivalizar en un ambiente donde el hombre tiene poco y la mujer nada? Bueno, ella tiene su embarazo, como le recalca una integrante del grupo. Mientras que el esposo tiene, como el padre también, pene, aclara otra, con cierta experiencia previa de psicoterapia analítica hospitalaria. Es cierto, estamos hechas así. ¿Pero implica esta diferencia biológica que no se debe pretender cambiar de destino? ¿Cambiar cómo? ¿Individualmente? Yo, sabiendo que el marido de la chica embarazada, además de trabajar y estudiar, milita en la izquierda, resumo: "Es cierto que usted pretende llegar a más que su madre y tener la misma oportunidad que su marido. ¿Y por qué no? Está en su derecho. Pero hay dos caminos para lograrlo: luchar únicamente para salir una misma o luchar, simultáneamente, para que todos salgan y la vina deje de ser mezquina."
Tal vez valga la pena detenernos acá para analizar en detalle tres intervenciones terapéuticas. Interpretar significa verbalizar explícita -o implícitamente- lo latente que la otra persona expresa a través de muchas señales, pero especialmente de su discurso. Se interpreta usando un esquema referencial -el psicoanalítico-, un instrumento -el propio inconciente-, y además interviene en el proceso toda la personalidad del que interpreta, es decir, también su concepción del mundo.
Al decir: "Usted quiere superar a mamá" se interpreta estrictamente en un nivel edípico, dirigiéndose a la niña dentro de la mujer adulta que sigue compitiendo con su madre por papá. La segunda interpretación (usted rivaliza con su marido) apunta a la envidia fálica, es decir, al complejo edípico negativo y tiene la finalidad implícita que la paciente asuma esta envidia, la descarte posteriormente y adopte una actitud "femenina" hacia el marido-padre, aceptando al niño como sustituto del pene anhelado. Curiosamente, en nuestra paciente esto equivaldría a que renunciara primero a sus estudios para después, cuando la situación económica, gracias al esfuerzo conjunto de la pareja, lo permita, renunciar también a su trabajo. Dicho más concretamente: las dos interpretaciones estrictamente edípicas tienden a transformar a una mujer "rebelde" en sumisa ama de casa y paciente futura de nuestra encuesta antes mencionada. Dedicada plenamente al trabajo invisible del hogar, vivirá "como mamá" en dependencia emocional total de su marido-padre y de su hijo, único producto visible y sustituto del pene. Será más infantil que el hombre con menos capacidad de sublimación, ya que también ahora cela, como Freud lo describe, de la actividad política de su marido. Pero, ¿la mujer es así, o la sociedad la moldea de esta manera?
Sin embargo, las dos psicoterapeutas habían interpretado de buena fe y sin ninguna intención conciente de apoyar a esta sociedad, al poner de modelo a la familia patriarcal. En ellas lo latente era su ideología en favor de la sociedad de clases.
Tomemos ahora mi interpretación. La primera parte retoma el nivel edípico, pero intenta implícitamente que la paciente discrimine entre sus deseos infantiles y sus derechos de mujer adulta. Pero la segunda parte (`'Pero hay dos caminos, para lograrlo: luchar únicamente para salir una misma o luchar simultáneamente para que todos salgan y la vida deje de ser mezquina") apunta a otra parte del drama edípico y de la historia humana y alude no al marido-padre, sino al marido hermano.
Tótem y Tabú es un elemento importante en la teoría de Freud. Plantearé después una duda que tengo al respecto que, sin embargo, no anula lo que quiero decir ahora. Según Freud, la horda de los hermanos se alió para matar al padre tirano que los explotaba y que, para conservar su posesión sobre las mujeres de la horda, los expulsaba cuando llegaban a la madurez sexual. Una vez que lo mataron, lo devoraron en comida totémica, lo endiosaron y lo introyectaron como superyó. Después, obedeciendo ya a este superyó y para que la tragedia no se repitiese, renunciaban al incesto con las madres y hermanas de la horda. Al hablar del complejo edípico que, individualmente y como fantasma repite este acontecimiento histórico, nos referimos casi siempre a la prohibición para el varón del amor incestuoso hacia su madre y del ataque celoso contra el padre. Pero dejamos de lado otra situación igualmente prohibida y reprimida por el superyó que es previa al crimen edípico: la alianza entre los hermanos. Podemos deducir que, según esta hipótesis, lo más "criminal", y por eso lo más prohibido y reprimido por este superyó paterno, es vencer los celos mutuos entre hermanos para destronar al padre o, ampliado a la sociedad, anteponer la solidaridad entre compañeros al bienestar individual y familiar y al respeto por la autoridad instituida.
Al hablarle a la paciente del "segundo camino" le señalo implícitamente que no confunda a su marido con su padre, sino que lo equipare simbólicamente con su hermano, para aliarse con él y con otros compañeros contra el sistema, como lo puede haber hecho en su infancia contra los padres, pero ahora de manera adulta y con una meta en común.
III
Es difícil tomar distancia para descubrir cómo la ideología imperante se filtra en la ciencia, y cómo, en la nuestra, mezclamos criterios biológicos, psicológicos y culturales, para mantener a la familia. Tomemos como ejemplo a la lactancia, función biológica de la mujer que está en un paulatino proceso de desaparición. Yo, como otros psicoanalistas, estaba hasta hace poco convencida de la importancia del amamantamiento y del valor fundamental de una relación madre-hijo intensa para la salud mental de ambos.
¿Pero realmente importa tanto la alternativa pecho o mamadera? O, para dar un paso más (y creo, el decisivo), ¿realmente está mal que en los países socialistas muchos niños se críen desde la segunda semana de vida en guarderías? Creo que está bien. Creo que una jardinera con vocación, que dispone además de todos los medios necesarios y trabaja un solo turno al día, está mucho más preparada que una madre, generalmente nerviosa, cansada y a menudo exasperada, para criar a un niño. Supongo, además, que es esta crianza colectiva la que atenta realmente contra la propiedad privada. Y vi, además, niños llamativamente sanos, alegres, seguros, en estas guarderías del Este. Pero inclusive allí les cuesta pensar que eso está bien. Porque el superyó, según Freud, o la fuerza de las costumbres, según Lenin, son difícilmente modificables. Por eso las directoras de las guarderías casi se disculpaban, al informarnos que muchos de los niños estaban desde muy chiquitos con ellas. Una jardinera en Berlín Este explicó cómo se cuidaba para que los niños no la quisieran más que a mamá.
¿Pero está mal que un niño quiera más a su jardinera que a mamá? Todavía eso no está demostrado. Además, el amor no se mide. Tiene cualidades diferentes según el vínculo que se establezca. Un niño que no dependa totalmente de la madre, como una madre que no necesite totalmente al niño, ni le sacrifique otros intereses y necesidades, aprenderán desde el principio una relación más equilibrada e igualitaria.
¿Y el padre? Para que un niño desarrolle bien su identidad sexual en este mundo de dos sexos, necesita de un contacto temprano con ambos y el padre le falla a menudo, tanto en la sociedad capitalista, como en la socialista. Aquí, entre nosotros, los padres separados a menudo son los que mejor cumplen con su papel, al dedicarse al niño unas cuantas horas por semana, intensa y seriamente, como si fuera una profesión. Pero en la sociedad socialista, como lo sugiere Margaret Randall 11 para Cuba, debería haber jóvenes que colaborasen en los círculos infantiles. El niño necesita el contacto físico con un hombre. Estudiantes, maestros y psicólogos debieran dedicarse a atender y jugar con los chicos y a enseñarles, jugando, a adquirir su identidad física y a las niñas su esquema corporal complementario. No hace falta que un varón juegue con armas, ni una niña con muñecas, para que cada uno pertenezca realmente a su sexo. Pero necesitan de presencias y vínculos tempranos con ambos sexos, para identificarse con uno y diferenciarse de otro, sin que eso determine una ideología.
Hay que investigar mucho con respecto a todo eso. Afortunadamente en Cuba se realizan ahora estudios muy serios que comparan la evolución psicosocial de niños criados en guarderías y círculos infantiles con otros que recién entran a la sociedad cuando asisten a la escuela.
Corremos el riesgo de romper la familia. ¿Pero es generalmente una institución tan sana? Nosotros, los psicoanalistas, que vivimos de los errores cometidos por la familia en la infancia de nuestros pacientes, deberíamos haber sabido cuestionarla tiempo atrás. De todos modos, desde hace unos cuantos años, Laing, Cooper y otros lo hicieron con inteligencia y lucidez. Pero, ¿por qué tardamos tanto? Porque cuestionar el vínculo madre-hijo no implica únicamente un ataque a la familia actual, cimiento de la sociedad de clases, sino a nuestra propiedad privada más íntima y absoluta, al vínculo tal vez más posesivo existente, donde los hijos pertenecen a los padres y aprenden de ellos una identidad, basada en la posesión.
Cuando la mujer pueda ser realmente creativa en un trabajo visible, ¿seguirá necesitando tanto de su hijo como único producto suyo y mejor que el de los demás? y ¿seguirá delegando sus deseos, ambiciones y ansias del futuro en él?
¿Pero las mujeres seguirán dispuestas para el embarazo y el parto si el Estado se encarga del cuidado y la crianza de los hijos y éstos ya no serán posesión de la madre, porque además tendrá otras gratificaciones? ¿Si no hubiese más sacrificios, primero de la madre y luego del hijo, si ya no se desarrollara el amor culposo y culpógeno que conocemos, sino un vínculo nuevo, las mujeres aceptarían ser madres? Seguro, y por dos causas fundamentales: seguirá existiendo en la pareja que se ama el anhelo de concretar y perpetuar este amor a través de un hijo, y seguirá existiendo en la mujer el deseo de realizarse en toda su capacidad biológica. Pero, sin duda, habrá también parejas que renunciarán al propio hijo, porque pretenderán realizarse de otra manera y se negarán a querer menos a los hijos ajenos que a un hijo propio.
Pero volvamos a la mujer que conocemos. Si su capacidad de procreación, que se desarrolla largamente de manera invisible, la recluyó en el hogar y favoreció, hasta ahora, la perpetuación del papel que le asigna la sociedad de clases, lo biológico y lo económico configuran su psique y se expresan en un mismo simbolismo. La casa que alberga a ella y a su familia se convirtió en imagen y símbolo de lo femenino. Una mujer embarazada contiene, alimenta y cría con su cuerpo, como lo hace en el hogar. Y, además, la mujer espera. De niña espera la transformación futura de su cuerpo, mucho más espectacular que la del varón. Después espera a cada menstruación como señal del trabajo invisible que se opera dentro de ella. Embarazada, espera durante nueve largos meses con miedo y deseo al niño que lleva adentro. Y mientras espera, cada día, al marido que vuelve a casa, fantasea con el amor o con las futuras hazañas de sus hijos.
Esta fantasía la llena y la absorbe. De esta manera logra conformarse con su papel, ya que "estar enamorada puede ser un trabajo full-time para una mujer, como lo es una profesión para el hombre" 12. Ya más que medio siglo atrás Alexandra Kollontai 13, mujer inteligente y hermosa y única integrante femenina del primer comité central del victorioso partido bolchevique en 1917, aboga por la igualdad de derecho sexual y de trabajo de la mujer y la insta a combatir su tendencia al enamoramiento romántico que la limita en la lucha y en el trabajo. Por toda esta modalidad Madame Bovary fue representante típica de la mujer burguesa del siglo pasado. También actualmente la mayoría de las mujeres dedican gran parte de su tiempo y de sus afectos al adulterio romántico real o fantaseado o lo viven, por delegación, a través de lecturas como Radiolandia o el Para Tí. Su enorme capacidad de fantasear y esperar, sea o no consecuencia del destino edípico femenino, frena a la mujer de muchos modos y sirve y es fomentado por el sistema.
En su capacidad y vicio de esperar siempre, sigue además al modelo primario de su femineidad: el óvulo, la célula más grande del organismo humano, espera inmóvil la llegada y el embate del ejército de espermatozoides, de las células más movedizas y aventureras, para dar entrada a uno solo. Uno solo ganará y dará al óvulo el premio de la supervivencia.
¿Pero qué estamos cuestionando si, tomada de esta manera, toda nuestra conducta sexual y social parece biológicamente predeterminada? ¿Pero realmente lo está? ¿O se trata de una "analogía grosera" como lo llama Lacan? El homo sapiens superó lo estrictamente biológico hace mucho. ¿Y la fragilidad del embarazo? ¿Pero realmente es tal? ¿Cuántas de las muchachas que en estos años argentinos difíciles cayeron presas como guerrilleras estaban embarazadas? Y Frantz Fanon relata en la Sociología de una revolución 14 que bastaron unos pocos años para que la mujer argelina, invisible durante siglos detrás de los muros del harén y de su velo, expusiera su rostro limpio y orgulloso, como su cuerpo entero, para luchar junto con sus compañeros.
IV
En la primera parte de este trabajo contrapuse los conceptos psicoanalíticos y marxistas sobre la mujer, que convergían en una característica particular de ella, y ajena al hombre: en lo "invisible".
Intenté demostrar en la segunda parte cómo esta "invisibilidad" de su sexo y de su trabajo, que es causa y consecuencia de factores biológicos y socioeconómicos, le marcó los límites de su papel social y configuró nuestra ideología, para cuestionar en la tercera parte la fatalidad de su destino.
Hasta ahora me sentí segura, porque todo lo dicho es observable en nuestra realidad y pertenece a la mujer que conocemos. Pero en esta última parte de mi exposición quisiera adentrarme, confrontando de nuevo lo escrito por Freud y Engels, en un futuro que creo posible.
Espero no caer, por eso, en la ciencia ficción, ni en el pecado intelectual del idealismo. Creo que, si seguimos consecuentemente las líneas ya trazadas del pasado que observamos en el presente, la predicción de lo vislumbrable para el futuro se vuelve legítima.
Tengo, sin embargo, plena conciencia de que la lucha política diaria exige jugarse, en un trabajo de hormiga, en las circunstancias existentes, con todas sus contradicciones, pretendiendo en el nivel ideológico ampliar paulatinamente dentro de uno y de los demás el campo de la conciencia posible. Es necesario tener presente esta limitación, ya que cualquier exigencia superpurista y superradicalizada se vuelve, en la práctica, contrarrevolucionaria.
Freud, en "El malestar en la cultura", al referirse a la Unión Soviética, sostiene que abolir la propiedad privada quita a la agresión humana uno de sus más poderosos instrumentos, pero no el más fundamental. Este está en el campo de las relaciones sexuales, donde los celos, la envidia y la necesidad de posesión del objeto amado, provocan los sentimientos de hostilidad más violentos del hombre. Si se eliminara también esta fuente de odio, dando completa libertad sexual, sucumbiría la familia, célula germinal de la civilización. Sería difícil prever qué evolución ulterior tomaría esta última, pero puede predecirse -dice Freud- que las inagotables tendencias intrínsecas de la naturaleza humana seguirían existiendo.
Hace 43 años * que Freud escribió este trabajo. Bastó este tiempo transcurrido, para que la libertad sexual ya sea casi un hecho y la transformación radical de la familia se está volviendo previsible. Tal vez no interesa tanto, en este contexto, el destino futuro de la agresividad. Se resolverá sobre la marcha. Además, recién entonces podrán determinarse qué parte de ésta pertenece a "inagotables tendencias intrínsecas de la naturaleza humana" y cuánta agresión está provocada por la injusticia social. Pero voy a otra cosa.
En este siglo nuestro, en el cual se decidió la marcha definitiva hacia el socialismo 15 ocurre un fenómeno muy especial: en los países capitalistas y altamente industrializados surgen como islas los intentos de una nueva convivencia fraternal. Mientras en los países socialistas se tiende, sobre la base económica de la socialización de los medios de producción y a través de la educación comunitaria (condición previa indispensable para que la mujer pueda integrarse de lleno en el proceso), a crear un vínculo nuevo e igualitario entre hombre y mujer, entre padres e hijos.
Lo que Freud describe en Tótem y tabú como hipótesis del crimen edípico y germen de toda civilización, parece pertenecer mucho más a los albores de la familia patriarcal (cuyas características nos llegaron a través del Viejo Testamento y de otros escritos) que a la horda primitiva. En esta regía, según Engels, una forma de unión sexual que dejaba muy poco margen para los celos. "La tolerancia recíproca entre los machos adultos y la ausencia de celos constituyeron la primera condición para que pudieran formarse esos grupos extensos y duraderos en cuyo seno únicamente podía operarse la transformación del animal en hombre." 16
I. Larguía sostiene en su estudio sobre el trabajo invisible 17 que "quien lo realizaba fue, a causa de ello, separado de la economía de la sociedad y de la historia". ¿O de la prehistoria, como Marx denominó a todas las épocas humanas hasta que lleguemos a abolir la explotación del hombre por el hombre?
Yo soy del siglo veinte. Siento orgullo de serlo. Yo me alegro de estar donde estoy: En medio de los nuestros y luchando por un mundo mejor... -"Para de aquí a cien años, amor mío..." -No: mucho antes y a pesar de todo. Mi siglo cuyos últimos días serán bellos, Mi siglo agonizante y renaciente. Esta terrible noche que desgarran alaridos de aurora, Mi siglo estallará de sol, querida, Lo mismo que tus ojos.
Si, según Engels, el hombre pudo salir de su animalidad recién al renunciar a sus celos y unirse fraternalmente en su lucha contra la naturaleza y por la vida, tal vez, en otra vuelta de la espiral, para que el hombre salga de la prehistoria y entre de lleno en su historia, hombre, mujer e hijos necesitarán renunciar a la mutua posesión.
Buenos Aires, abril de 1973
NOTAS
1 Pero finaliza una breve aportación al tema: "Propuestas destinadas a un Congreso sobre Sexualidad Femenina", con el siguiente párrafo que si lo entendí bien, contribuye a nuestro planteo: "¿Por qué en fin la instancia social de la mujer permanece trascendente con relación al contrato que propaga el trabajo?; y especialmente ¿es por su efecto que se mantiene el estatuto del matrimonio en la decadencia del paternalismo?"
2 Isabel Larguía y John Dumoulin, "Hacia una ciencia de la liberación de la mujer".
3 Es decir en el momento en el cual el hombre aprende a producir más de lo que consume.
4 Mientras que los hombres ya llegan a la huna, el hogar y lugar de trabajo de las mujeres sigue siendo "un miserable taller individual".
5 Cate Randall, "La conciencia es una prioridad", en Para la liberación del segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1972.
6 Freud, Sigmund, "El malestar en la cultura", Obras completas.
7 Wilhelm Reich, Psicología de masas del fascismo, Buenos Aires, Editora Latina, 1972.
8 Sylvia Bermann, Marie Langer, Horacio Mazzini, Francisco Ortega y Sonia Zanatti, Patología femenina y condiciones de vida, trabajo presentado en el V Congreso Nacional de Psiquiatría, Córdoba, 1972.
9 Kate Millet, "Política sexual", en Para la liberación del segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1972.
10 Discutiendo este ejemplo con una amiga mía que aprecio también como colega, ella sostuvo que no era cierto que, años atrás, hubiera interpretado así. Ni muchos otros analistas tampoco. Que además, "usted quiere superar a su mamá" no era una interpretación, sino un señalamiento. Es cierto que sobresimplifico. Ocurre porque estoy polemizando. Es cierto también que Freud, cuando afirma que superar al propio padre genera culpa, se refiere justo a una culpa irracional que el análisis debiera poder disolver. Pero es cierto también que a menudo se interpreta culpógenamente por la inconciente contaminación ideológica que sufre nuestro instrumento.
11 Margaret Randall, "La conciencia es una prioridad", en Para la liberación del segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1972.
12 Shulamith Firestone, "El amor", en Para la liberación del segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1972.
13 Alexandra Kollontai, Autobiographic einer sexuell enanzipierten Kommnunistin (Autobiografía de una comunista emancipada sexualmente), Munich, Rogner & Bernhard, 1970.
14 Frantz Fanon, Sociología de una revolución, México, Era, 1968.
15 No quiero resistir a la tentación de citar al poeta Nazini Hikmet (Antología poética, Buenos Aires, Quetzal, 1968, para que él nos hable de nuestro siglo El siglo veinte:
-"Poder dormirse ahora Y despertarse dentro de cien años, querido..." No querida, eso no:
Yo no soy un desertor, Ni me asusta mi siglo, Mi siglo miserable, escandaloso.Mi siglo corajudo, grande, heroico.
Yo nunca me quejé de haber nacido demasiado pronto.
16 La bastardilla es mía.
17 J. Larguía, "Contra el trabajo invisible", en La liberación de la mujer: año 0, Buenos Aires, Granica Editor, 1972.
18 Cita tomada de Mirta Henaut. "La mujer y los cambos sociales" en Las mujeres dicen basta, Buenos Aires, Ediciones Nueva Mujer, 1972.